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Conflictos Ambientales /env_problems/viewEnvProblem/36

La construcción de la central hidroeléctrica de Urrá venía pensándose desde 1942, cuando los congresistas José Miguel Amín y Miguel de la Espriella propusieron el proyecto con miras a regular las aguas del río Sinú (Semana, 1988). Los "estudios para la explotación de los recursos hidráulicos del departamento de Bolívar", al que por aquel entonces pertenecía Córdoba, fueron contratados en 1949 con la firma R.J. TIPTON, siendo entregados en 1952 con resultados que identificaban el potencial de los recursos hídricos del departamento "para riego, control de inundaciones, navegación, drenaje y generación de energía", sugiriendo -para este último- la Angostura de Urrá como lugar de emplazamiento de obras (Urrá s.f.).

El Gobierno Nacional dio luz verde al inicio de obras en 1974, adjudicando esta tarea al gobierno de la URRS (ver Semana, 1988), lo cual se oficializaría en 1982 con la firma de un convenio entre CORELCA y la empresa V.O. Energomachexport “para el diseño, suministro y montaje del equipo hidroeléctrico” (ver Medina, 2000; Pernía, 2000). Poco después, el Gobierno reversó la decisión de importar equipos, considerando el superávit de energía con que contaba el país para esas fechas (Ver Semana, 1988; El Tiempo, 2000). Aún así, en 1983 se inició "a realización del Estudio Ambiental del Proyecto en el Alto Sinú, por la firma Dames and Moore" (Urrá s.f.), lo cual vino seguido de la contratación del consorcio colombo-sueco Skanska Conciviles en 1985, para la realización de obras civiles (Crismatt, 2007).

Hacia abril de 1993, el INDERENA otorgó licencia para la realización de obras civiles (El Tiempo, 2000; Urrá s.f.), pero no para el llenado y operación de la central, lo cual tendría lugar 6 años después, mediante la autorización concedida por el Ministerio de Ambiente (ver MMA, 1999). En el entretanto se empezó a manifestar el inconformismo local con las obras, con comunidades que empezaron a movilizarse ante la exclusión de la que fueron objeto, así como por los efectos e impactos que comenzaron a manifestarse en momentos puntuales del proyecto, como lo fue la desviación del río Sinú que tuvo lugar el 13 de enero de 1996 (Yapa, 2003; Urrá s.f.). 

Finalmente, la obra entró en operación comercial el 15 de febrero de 2000, con la primera unidad de generación, luego de la cual se activaron las tres unidades restantes entre los meses de abril y junio del año 2000 (El Tiempo, 2000; Urrá s.f.). Pese a que el entonces presidente de la República, Andrés Pastrana (2000), señaló que la obra era un ejemplo de concertación entre pueblos indígenas y Estado, al tiempo que señalaba los múltiples beneficios que traería para la región Caribe y para el país, lo cierto es que Urrá deja un saldo pendiente en términos de resarcimiento de los daños que infringió al entorno natural y a culturas como la Embera, hoy en riesgo de desaparición según se deprende de revisar el Auto 004 de 2009 de la Corte Constitucional.
Represa Urrá en el río Sinu, Colombia
La cuenca del río Sinú se caracteriza por la diversidad ecológica y cultural. Frente a la primera, destaca la presencia de múltiples ecosistemas que van desde los páramos, pasando por el bosque húmedo tropical y los humedales, hasta los estuarios (Sánchez, 2000), muchos de ellos cobijados por figuras de protección del Sistema Nacional de Áreas Protegidas, como Parques Nacionales, Distritos de Manejo Integrado y de Conservación de Suelos, así como Áreas Naturales Protegidas de orden local.

Esa diversidad tiene su correlato en la pluralidad de culturas que se encuentran a lo largo de su recorrido, entre las cuales destaca el pueblo Embera Katío del alto Sinú, con procesos de poblamiento que se remontan al siglo VI, concretamente en la región comprendida entre los ríos Sinú (Kerado), Esmeralda (Kuranzado) y Verde (Iwagado) (ver Chamarra, 2002; Caracol Radio, 2011). Así mismo, los pueblos de la cultura anfibia de la cuenca media y baja, cuya configuración toma forma 2.000 años atrás con el pueblo Zenú, cuyas formas armónicas de adaptación al medio que se reflejan "en los impresionantes canales de riego, pesca y camellones de siembra (...) han sido mantenidas por las comunidades indígenas descendientes", entre esas los Embera, así como por organizaciones como ASPROCIG cuyos orígenes se relacionan "con las luchas del campesinado por el acceso a la tierra", paralelo a las cuales desarrollaron el concepto de Agroecosistemas Biodiversos Familiares (ABIF) que "siguen un modelo de naturaleza de bosque seco, el ecosistema característico de la Ciénaga Grande del bajo Sinú" (González, 2021.Pp.209, 213 y 215).

No obstante, la riqueza ecológica del valle caracterizado por ser uno de los más fértiles del mundo gracias a las crecientes del Sinú (ver Caracol Radio, 2007; Ávila, 2012) ha sido objeto de disputa, desatando procesos de acaparamiento de tierras y la imposición de un modelo hacendatario que hunde sus raíces en el siglo XVI, impulsando la "deforestación y desecación de ciénagas y playones, constituyendo un legado de prácticas de despojo de tierras" (CNRR, 2010. En González, 2021.P.213). Ello a su vez, explica la intensa pugna entre grupos armados al margen de la ley, con un control que ha oscilado entre grupos subversivos y paramilitares, los primeros con prácticas extorsivas y de hostigamiento a la población civil y a los contratistas de las obras civiles en Urrá (ver Alvarado, 1991; Semana, 1995; El Tiempo, 1997), mientras los segundos posicionaban "un proyecto de orden rural corporativo" a través de la violencia desmedida en contra de la población civil y de cualquier atisbo de protesta social que servía para catalogar a quienes la emprendieran de simpatizantes de la guerrilla (ver Romero, 2003.Pp.121-123).

Este contexto permite entender parte de la complejidad detrás de Urrá, un proyecto que tuvo lugar en medio de una escalada de violencia, siendo esta apenas una proyección del viejo problema agrario en Colombia (ver Molano, 2008; Negrete, 2011).
Urrá es una central hidroeléctrica localizada al sur del departamento de Córdoba, a 110 km de la ciudad de Montería y a 30 km del municipio de Tierralta, siendo la única en su tipo al interior del Caribe colombiano, región en la que brinda soporte energético junto con las centrales térmicas de la zona. "Tiene una capacidad instalada de 340 MW, distribuida en 4 turbinas de 85 MW cada una", mientras que la media histórica en términos de generación de energía "es de 1.308 GWh/año y la energía firme anual es de 930 GWh/año", la cual es transmitida al Sistema Interconectado Nacional a través de la subestación Cerromatoso.

La energía se genera a partir del almacenamiento de agua en un embalse ubicado sobre el río Sinú, a 276 km de su desembocadura en el mar Caribe, cuyo abastecimiento cuenta -además- con los aportes del río Verde y de los afluentes del Sinú, los ríos Manso y Esmeralda, todos ellos con nacimiento situado al interior del Parque Nacional Paramillo. El embalse cubre una superficie de 7.678 ha, con una profundidad máxima de 67,50m y un volumen útil de 1.213,37 millones de m³ (el total es de 1.616,71 millones de m³). Su cota de rebose se sitúa a 130,50 msnm, mientras que la cota mínima de operación es de 107 msnm.

Si bien su actividad principal es la generación de energía, "la condición multipropósito del embalse se ha manifestado a través de la contención de crecientes con caudal promedio diario superior a 700 m³/s". De hecho, pensando en la amortiguación de crecientes, hacia el mes de febrero de 2010 se aumentó la capacidad del embalse para "almacenar 150 millones de m³ adicionales de agua", cuando se elevó en 2m la cresta del vertedero mediante la instalación de "22 diques fusibles y 2 válvulas de tipo clapeta, diseñadas para elevarse y proteger el vertedero de forma controlada, aumentando su descarga a medida que ascienden los niveles de las crecidas" (Urrá s.f. a).

Si bien el mayor accionista de Urrá es el Ministerio de Hacienda, con el 99,98% del total de las acciones a 2021 (ver Urrá s.f. b), la operación de la central está en manos de la Empresa Emec S.A.S. (Urrá s.f. a). A continuación, se mencionan otros de los componentes de la central, de acuerdo con la fuente citada:

- Estructura de Toma compuesta por 4 bocatomas, con un caudal de diseño por cada una de ellas de 175 m³/s, 4 compuertas de servicio y una compuerta de guarda.
- Casa de Máquinas de tipo superficial que alberga 4 conjuntos turbina-generador tipo Francis. La conducción de agua desde el embalse hasta las turbinas se realiza por 4 túneles de carga, cada uno con 6,5m de diámetro y 215m de longitud.
- Canal de descarga que conduce el agua turbinada nuevamente al río Sinú, con un caudal máximo evacuado de 700 m³/s.
- Presa con una altura de 73m que termina en una cresta de 660m de longitud y 12m de ancho
- Dique Auxiliar contiguo a la presa, con una altura de 50m y una longitud de 600m
- Sistema de desviación o descarga de fondo ubicado sobre la margen derecha del río Sinú
Pese a que los antecedentes de Urrá se remontan a la primera mitad del siglo XX, la oposición en su contra empieza a ser visible cuando se oficializa la decisión de desviar el río Sinú, con los efectos e impactos que ello tendría en las dinámicas de la región (ver Yapa, 2003), los cuales explican el llamado de diversas organizaciones para la adopción de medidas que subsanen la “fracturación de la seguridad alimentaria de las comunidades de la zona” (ASPROCIG, 2004).

Para el caso de los Embera, el desfase de su reacción obedece al desconocimiento que tenían sobre lo que significaba el montaje de una central hidroeléctrica, frente a lo cual los ancianos de la comunidad consideraron imposible que alguien pudiese tapar un río (Chamarra, 2002). Sin embargo, una vez se supo que la desviación tendría lugar, desplegaron estrategias de visibilización de lo que ello implicaba, como lo fue el Do wabura, dai bia ozhirada ("adiós río, el que nos hacía todos los bienes") celebrado a inicios de 1994: una travesía fluvial de 7 días para despedirse del Sinú, en un recorrido de 360 km en los cuales atravesaron varias poblaciones ribereñas, donde expresaron su profunda tristeza y dolor ante lo que consideraron el fin del río (Navia, 1994).

Por su parte, las comunidades de pescadores también se han manifestado simbólicamente, como cuando celebraron las exequias del bocachico en el cementerio central de Lorica (Córdoba), como denuncia de los cambios que han operado sobre el río (Guzmán, 2003). De igual modo, estas poblaciones han llevado a cabo manifestaciones y tomas pacíficas de entidades departamentales, a la par que han participado en eventos nacionales e internacionales para socializar la problemática, destacando –además– su inscripción en la red internacional Manglar, para el caso de ASPROCIG (Cantor, 2003).

Las acciones pacíficas directas también han sido una estrategia considerada por los Embera, que han participado en eventos de gran recordación como lo fue la Gran Marcha Embera iniciada el 29 de noviembre de 1999, la cual se dirigió hacia las instalaciones del Ministerio de Ambiente en Bogotá, en donde permanecieron apostados hasta el 26 de abril de 2000 (Verdad Abierta, 2010). De igual modo, acciones anteriores como “la ocupación de la Embajada de Suecia en 1996, (...) para denunciar el incumplimiento de los compromisos de la empresa Urrá tras el Do Wabura”, o el viaje de Kimy Pernía a Canadá, donde “intervino ante el Parlamento y en varios actos en los que expuso la situación de los Embera katío”, entre otras actuaciones (Verdad Abierta, 2011).

Adicionalmente, destacan los ejercicios formativos y de memoria como respuesta a la vulneración de los derechos humanos y de cara a los procesos de despojo de tierras de los que ha sido víctima la población local. Tal es el caso de la Escuela de DDHH Kimy Pernía Domicó y del Museo Comunitario Jomau Casa de Todos (ver Coordinación Agrominera del Noroccidente y Magdalena Medio & ASODECAS, 2014; CNMH, 2015).
La inundación de más de 7.000 ha en la parte alta del río Sinú generó efectos e impactos a lo largo de la cuenca, con el incremento en la tasa de erosión pluvial por el aumento en el talud del río y de sus afluentes debido al control artificial del caudal, todo lo cual dinamizó el arrastre de suelo "hacia humedales y estuarios, produciendo su desecación” (Ávila, 2012). Los efectos se sintieron, incluso, en la desembocadura del Sinú en donde avanzó la cuña salina, afectando cultivos y ecosistemas de manglar (ver Yapa, 2003; Azafrán, 2009).

El embalse, por su parte, se vio enfrentado a los procesos usuales de eutrofización de sus aguas, una vez inició la descomposición de las coberturas de bosque húmedo tropical que quedaron sumergidas (Medina, 1999), reduciendo sus niveles de oxígeno y tornándolas ricas en sulfuros, siendo este un problema recurrente en latitudes ecuatoriales en donde los reservorios artificiales de agua sufren de estratificación termal, es decir, "la formación de capas desde la superficie hasta el fondo que varían de temperatura" que, para el caso de Urrá, disponen de menor posibilidad de mezclarse por lo angosto de su superficie, sumado a la profundidad del embalse (Yapa, 2003).

En cuanto a las coberturas de bosque, su pérdida tuvo implicaciones en el proceso de evapotranspiración que incide -a su vez- en los niveles de precipitación de la zona estimados en 5.600 mm en la parte alta del Paramillo, para finales de la década de 1990 (Sánchez, 1998). Adicionalmente, la inundación aceleró la pérdida de hábitats, impactando a la fauna y flora del lugar, concretamente a varias especies con algún grado de amenaza como “el águila arpía, la danta, el oso de anteojos, el tigre mariposo, la nutria, el tigrillo, la mapaná y las ranas de cristal”, entre otras sobre las cuales se carecía de estudios en profundidad previo al inicio de las obras (ver Torres, 1991; Correa, 2008; Ávila, 2012). Cabe señalar que muchas de estas especies eran endémicas de la zona, por lo que su desaparición supone un daño irreparable, conforme ejemplifica la samia, una planta considerada fósil viviente que desapareció del área luego del llenado de Urrá (García, 2012).

Frente a la fauna reofílica (peces), la construcción y operación de Urrá implicó cambios en las rutas reproductivas y de desarrollo de varias especies de importancia ecológica, nutricional y comercial, las cuales se vieron bloqueadas por la presencia de la presa, sumado a las dificultades que suponen las altas velocidades y turbulencia generadas por el diseño de los túneles de desviación (ver ASPROCIG, 2004; Coordinación Agrominera del Noroccidente y Magdalena Medio & ASODECAS, 2014). De este modo, disminuyeron los volúmenes de captura de peces a lo largo de la cuenca del Sinú, se perdieron áreas de desove, alterándose –además– el proceso reproductivo de las especies migratorias, sin que los grandes estanques ubicados en su parte alta dieran los resultados esperados (Negrete, 2011).
El cambio de un sistema lótico a uno léntico (de río a embalse) influyó en el desmejoramiento de la calidad del agua del río Sinú, considerando los procesos de eutrofización que tienen lugar al interior del embalse, lo cual termina afectando al río -aguas abajo de la presa- una vez el canal de descarga conduce el agua turbinada de vuelta al Sinú, atendiendo los requerimientos y criterios que considere el operador de la central. Este panorama incidió en el incremento de las hospitalizaciones de indígenas en la Unidad de Urgencias del Hospital San José de Tierralta (en especial de infantes), aquejados por desnutrición, diarreas e infecciones digestivas (Gómez, 2015).

Paralelo a ello, el estancamiento del agua trajo consigo “mosquitos y enfermedades derivadas de sus picaduras como el dengue y el paludismo, generando gran sufrimiento entre los Embera” que empezaron a sufrir dolencias, entre las cuales destacan las fiebres, dolores de cabeza, de estómago, entre otras (ICCHRLA, 2009). Sin embargo, dichos problemas no son exclusivos de la parte alta del río, por el contrario, se extienden a los diversos puntos de su cuenca, considerando que los consumos domésticos de agua de gran parte de la población ribereña son suplidos por el río Sinú o las ciénagas que este alimenta, encontrándose cambios en el color y en la calidad del recurso hídrico (ver Yapa, 2003).

De otra parte, el cambio forzado de una economía de subsistencia a una economía agraria de producción que enfrentó el pueblo Embera, debido a la sedimentación de los cuerpos de agua y a los cambios en los niveles de pesca en la región (ver Actualidad Étnica, 1999; Cantor, 2003) repercutió en la dieta, tradicionalmente fundamentada en el consumo de bocachico, yulupa, charúa y barbule, entre otros peces que desaparecieron del área o redujeron su presencia ante la barrera que supone la presencia de una presa en medio del Sinú (ver Pernía, 2000; Verdad Abierta, 2011).

Ante la ausencia de pescado, la soberanía alimentaria del pueblo Embera se vio comprometida, sin que los cultivos de pancoger y los huevos que les producían las gallinas con que contaban, les alcanzara para suplir los requerimientos alimentarios de sus miembros que vieron su salud desmejorada (ver Pernía, 2000; ICCHRLA, 2009). Este problema también fue sentido por las poblaciones del medio y bajo Sinú, las cuales enfrentaron -en similar proporción- el menoscabo en su alimentación (ver Guzmán, 2003; Molano, 2008).

Finalmente, los cambios en la cultura e identidad del pueblo Embera, en medio del contexto de violencia armada que tuvo especial intensidad sobre sus integrantes, tuvo implicaciones en la salud mental de los indígenas jóvenes, frente a los cuales se reportaron suicidios masivos que los Jaibanás atribuyeron al “espíritu de la selva, que no aguantó más la presión de la guerra y se despertó para cobrar venganza” (Ramírez, 2012).
El llenado del embalse implicó el desplazamiento de 6.000 Embera de 4 asentamientos nucleados y 17 dispersos, así mismo, de 500 a 589 familias campesinas (ver Molano, 2008; Caracol Radio, 2011). En el desarrollo de esta y otras fases del proyecto, se dinamizó la llegada de mano de obra externa para la construcción de vías y de obras asociadas, acelerando los procesos de colonización, al igual que la profundización de economías ilegales como el cultivo de coca y amapola, en un contexto de conflicto armado y de disputa entre indígenas y colonos, en el que desaparecieron activos centros de comercio como el corregimiento El Frasquillo, Tierralta, tras el llenado (ver Alvarado, 1991; Molano, 2008).

Aguas abajo de la presa, se reportó la reducción de los ingresos y de las fuentes de alimentación locales basadas en la pesca, así mismo, afectaciones en actividades económicas como la extracción de arena del río de la que depende, en buena medida, la construcción en ciudades como Montería, toda vez que desaparecieron las playas del río ante los cambios artificiales del caudal, a lo cual se sumó la disminución en el arrastre de material rocoso desde el nudo de paramillo que posteriormente se transformaba en piedra, gravilla y arena (Sánchez, 1998; Molano, 2008). 

De igual modo, el control artificial del caudal afectó los cultivos en las vegas y playas del Sinú (Azafrán, 2009a), al tiempo que aceleró los procesos de salinización de su parte baja, en especial en el delta del rio, en donde las empresas camaronicultoras continuaron acentuando la tendencia, ocasionando afectaciones sobre los ecosistemas de manglar y los cultivos de familias campesinas que se han visto obligadas a emigrar (Yapa, 2003; Azafrán, 2009).

De otra parte, se reportaron afectaciones en materia de transporte a lo largo del Sinú, en particular en su parte alta, en donde la población se vio obligada a pagar fletes y pasajes para poder movilizarse, limitando -de este modo- su autonomía (Chamarra, 2002; Grouxo Films, 2010). En cuanto al transporte terrestre, los reclamos pueden rastrearse desde antes del proyecto, con problemas de conectividad que afectan la generación de ingresos, dependientes de la venta de productos agropecuarios, como es el caso de quienes viven en la vereda Crucito que, si bien no fue incluida en el área de influencia del proyecto, sí vio comprometida la vía que la comunicaba con el casco urbano de Tierralta (Alvarado, 1991; El Tiempo, 1995a). Posterior al llenado, Crucito ha enfrentado incumplimientos de las obligaciones contenidas en la licencia ambiental de Urrá, debido a la imposibilidad de continuar con la pavimentación toda vez que 6km del tramo acordado se encuentran ubicados en áreas de Reserva Forestal de Ley 2a sobre las que el Ministerio de Ambiente no ha autorizado su sustracción, siendo un problema que se extiende hasta la actualidad, como reflejan los bloqueos Embera de finales de 2020 e inicios de 2021 (ver Actualidad Étnica, 2014; Serrano, 2021).
Ante las transformaciones que trajo consigo Urrá en las dinámicas hidrológicas del valle del río Sinú, las comunidades locales han emprendido procesos de permanencia que recuperan formas ancestrales de ocupación y gestión del territorio, reivindicando el legado Zenú conocido por muchos como "cultura anfibia". En tal dirección, destaca las experiencia de la Asociación de campesinos, pescadores e indígenas residentes en Cereté (ASOPARCER), cuyos miembros han emprendido acciones de recuperación de la Ciénaga de Corralito y del caño El Bugre en Cereté, Córdoba, desmontando las estructuras que interrumpen su flujo e impulsando el repoblamiento de especies nativas, con la participación activa de sus integrantes en procesos formativos, así como en labores de vigilancia y protección de los cuerpos de agua (ver Durango, 2016).

Por su parte, ASPROCIG es otro referente de permanencia, con procesos concertados para la reglamentación de la pesca, la reivindicación conjunta de derechos, la exigibilidad de medidas ante instancias competentes en materia de gestión y protección del agua, entre otras acciones (ver Yapa, 2003). A su vez, ha impulsado iniciativas orientadas a fortalecer la soberanía alimentaria a través del manejo de patios, los proyectos agroecológicos y la acuicultura sostenible, en sistemas que semejan más a un bosque que a los cultivos modernos, y con una producción que procura el trato equitativo entre los asociados, anteponiendo las necesidades de consumo propias a la comercialización (ver Azafrán, 2009a; Orduz, 2014). Adicionalmente, sus integrantes han emprendido procesos de reforestación de las orillas del río Sinú, en un esfuerzo por contrarrestar la erosión fruto de los repentinos cambios de caudal atribuidos a Urrá, logrando -incluso- la cesión de tierras por parte de terratenientes locales para estos fines (Orduz, 2014).

De igual modo, han posicionado a los Agroecosistemas Biodiversos Familiares (ABIF) como espacios "en los que cultura y naturaleza interactúan de manera permanente y simbiótica, creando una comunidad de aprendizaje constante en función de la 'Vida Sabrosa'" (ASPROCIG, 2019). En ellos se recogen los postulados de la Metodología Z como "propuesta de desarrollo rural territorial socioecológica [que] busca fortalecer las capacidades de las comunidades para permanecer en el territorio", entendido no como una propiedad individual sino como un espacio que se gestiona desde lo colectivo, a partir del conocimiento (ancestral - Zenú y científico), los valores (amor, solidaridad, fraternidad y equidad) y el hacer considerando el espacio-tiempo de desarrollo de la vida (González, 2021. Pp.214-215). Siguiendo la fuente citada, "los ABIF son la mínima unidad de territorio (...) donde está una familia, que al unirse con otras conforman un espacio más grande denominado sistema socioecológico colectivo (SSC) para vivir sabroso" (P.216).


Córdoba : Tierralta, Valencia, Montería, San Carlos, Cereté, Ciénaga De Oro, San Pelayo, Purísima, Lorica, Momil, Chimá, San Andrés Sotavento, Sahagún, Chinú, Moñitos, San Bernardo Del Viento, San Antero,
Figuras Territoriales: Áreas SINAP
Parque Nacional Natural Paramillo
Distritos de Manejo Integrado: Complejo Cenagoso del Bajo Sinú & Bahía de Cispatá La Balsa Tinajones 
Distritos de Conservación de Suelos: Ciénaga de Corralito, Ciénaga de Bañó & Sierra Chiquita y Humedales
Área Natural Protegida de Montería Ciénaga de Betancí 
Estrategias complementarias de conservación
Reserva Forestal de Ley 2a del Pacífico
Territorios étnicos
Resguardos Embera Katío del Alto Sinú & Zenú de San Andrés de Sotavento
Cuencas Hídricas: Ríos Sinú, Verde, Manso y Esmeralda (macrocuenca Caribe)
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